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El bólido de Coulthard en el Real Felipe

Como un buen timonel  del reino unido, el pirata escocés Coulthard trasladó su precioso bólido de Red Bull Racing, quemando llantas y caja hasta el portón principal -que todavía conserva sus argollas de león de fino bronce para anunciar a los invitados- de nuestra fortaleza anti piratas, del castillo de la independencia o Real Felipe; en el centro histórico del Callao. No sabemos si esta “nave” llegó por mar o por tierra, por el aeropuerto o por el muelle, de todas maneras, sus ojos (en este caso faros neblineros de última generación), se abrieron por primera vez en este puerto república. Lo mismo para el piloto pirata escocés; lo primero que divisó, con su catalejo, desde el aire fue una isla infértil flotando en el mar, isla que lo hizo pensar en la posible existencia de “los andes chalacos”. Luego, campos de cultivo (¿caldo de cultivo?) en el descenso final a tierra y el cordón de luces  barraconero bordeando la costa del alma de la mar brava.  El beneplácito que produjo la presencia de este piloto energético de fórmula 1 en nuestro primer puerto fue motivo de celebraciones posteriores que terminaron de madrugada  en los bares culturales de putas de la avenida 2 de mayo, cercanos al TMC (historias que relataremos en una futura entrega). Numerosas baterías de los diferentes barrios de  Loreto, Castilla, Puerto Nuevo, Chacharitas, bf2, etc. Llegaron en filosos grupos para conocer la belleza de acero de la máquina de f1.

El Callao era una fiesta.

A la mayoría de  estos jóvenes, bastante dispersos en su vestir, no les agrada beber red bull (el auspiciador de la muestra), pues según los comentarios que escuchamos entre los barruntos asistentes (manofalsa era testigo de lujo): “Eso es pa` chibolos cabros. A nosotros nos vacila las cosas serias, la vida riesgosa. ¿Sí o no, barrio? Claro primo. Claro o Movistar? A ver tu celular, rata. A ver. A ver al cine, causa.” Tuvimos que hacer un giro de actitud y buscar a conocidos de la zona. Encontré  en la multitud a mi primo Carajito, del colegio Callao entre los parroquianos hipnotizados por la maravilla del auto. “¿Qué dice mi carnal? Acá, causa, hay unos muchachos que ya no conocen a la gente antigua del barrio. ¿Qué pasa? ¿Te han pesao, primo? ¿Quiénes son?” Cuando volteé, por ellos, la batería había desaparecido por las calles empedradas del Callao Antiguo. Así que, para concentrarnos, mi primo nos chalequeó mientras yo observaba los últimos  detalles mecánicos de la fortaleza para registrar esta nota.  Imaginé qué hubiera sido de manofalsa, del bólido e inclusive del gringo piloto pirata si no hubiera aparecido Carajito, mi primo de la secundaria, dirigente de construcción civil. Esa batería tenía sed de sangre, estoy seguro de haberlo percibido en su vehemencia con el cuerpo y las palabras sazonadas de lisura y sal, y la gorrita baja con sombra en los ojos. Choros de puerto, sin duda.

El piloto se fotografió colgado de las tetas de dos anfitrionas energéticas de toro rojo. Ellas lucían sonrisas perfectas, rostros construidos y cuerpos elásticos. En un santiamén o un descuido (así ocurre la delincuencia), la niebla comenzó a llegar desde el mar y fue en esta niebla marina que  desaparecimos: la conferencia del pirata escocés, las anfitrionas y el bólido.

¡Chim pum, Coulthard! ¡Chim pum, Red Bull!david-coulthard